Por Ricardo Rivero
Es viernes por la noche y te llaman tus amigos para informarte que algún ex compañero de preparatoria, quien evidentemente, y al igual que ellos, no estudia medicina, está “armando” la mera mojiganga, y que todos van. Cuando te preguntan si vas, desde el otro lado de la línea, no antes de haber fantaseado un poco con la idea y consciente de que cada vez que rechazas una invitación las probabilidades de que se te incluya en próximas fiestas o eventos de cualquier clase se reducen, respondes que tienes examen el lunes. Tus amigos se despiden un tanto decepcionados pero no tan sorprendidos. Después de colgar, te queda una sensación agridulce. No puedes creer que últimamente los más juerguistas en la casa sean tus padres. Además ¿por qué la vida es tan descarada? Tus amigos tienen la suficiente puntería como para organizar la farra justo el fin de semana previo a tus exámenes de fin de módulo, y encima de todo, te lo echan en cara. Más indignante aún, probablemente nada de lo que estudies durante las próximas cuarenta y ocho horas vendrá en el examen del lunes. Ya conoces a ese doctor; es de los que creen que sus habilidades de enseñanza son lo suficientemente milagrosas como para transformar, en menos de un mes, a un estudiante de medicina en un residente, así que cuando preguntas qué viene en el examen te contesta que “todo”, pero que no tienes de qué preocuparte puesto que tienes el fin de semana enterito para volverte neurocirujano. Tal parece que este médico cree que no existe ninguno otro dando clases a la redonda durante este semestre. Se cree único en el sentido más literal de la palabra. En fin, ya te habías mentalizado; este semestre no habría fines de semana. Te resignas con el pensamiento de que conforme transcurra la noche (o el semestre) se te pasarán las ganas de salir.
Creo sinceramente que cualquier carrera, en la medida en la que se le permita, se puede volver demandante, sin embargo, cualquier estudiante de medicina estará de acuerdo conmigo en que es particularmente improbable tener resultados satisfactorios en esta carrera sin haber tenido que “sacrificar” una que otra fiesta, hobbie, amigo, cena, desayuno, comida, noche de descanso…bueno, sin haber tenido que sacrificar algunas cosas. No obstante, toda esta historia del auto-sacrificio del estudiante de medicina se me hace un tanto melodramática. Después de todo, ser estudiante de medicina tiene varias ventajas, como la de ser el nieto (a) que los abuelos presumen primero, la de que te llamen doctor sin tener ni siquiera la licenciatura y la de que digas que no puedes lavar los platos porque tienes mucha “tarea”, y que te crean.
Me parece más bien que toda esta historia viene de la poca claridad en el propósito pero, ¿cómo es posible que todo este sacrificio se relacione con el propósito? Muy sencillo. Imagina que sales retrasado por la mañana rumbo a la universidad o al hospital. En este caso tu propósito es llegar, por lo tanto, está por demás decir que la cantidad de veces que tropieces, que choques contra alguna persona en la banqueta o la misma estética de tu caminata, será lo que menos te preocupe. De ser posible tomarás un atajo. En cambio, si estás caminando junto a la chica (o) que te gusta, lo más probable es que lo menos preocupante será llegar a alguna parte. Antes te preocuparás por mantener la compostura, avanzar lo más lento posible y dar cada paso con la mayor elegancia permitida. De ser posible, tomarás el camino más largo. En este caso tu propósito es caminar.
Así que sí, el propósito y el sacrificio se relacionan. En el primer caso sacrificas la caminata por la llegada, y en el segundo sacrificas la llegada por la caminata. El verdadero problema viene cuando crees querer una caminata y en realidad lo único que te interesa es llegar. Esto es falta de claridad en el propósito, y representa una severa complicación porque continuamente te encontrarás acorralado, obligado a seguir caminando cuando ya no quieres, y esto sí que es un sacrificio. Uno que seguro no soportarás por mucho. Es de esperarse, entonces, el que se realicen acciones desesperadas como caminar apresuradamente, a tumbos, o la de crear atajos inexistentes.
Quizá conozcas algún estudiante de medicina de esos que siempre tienen mucha prisa por llegar al fin de semana (o de semestre). Los tiene poco preocupados qué tan accidentados o antiestéticos sean los sucesos previos, y siempre que les es posible toman el primer “atajo” disponible. Cabe mencionar que, independientemente de que se esté preocupado o no por la llegada, ésta es sencillamente un suceso ineludible. Todos llegan, eventualmente, a alguna parte. Sin embargo, para aquellos de características como las antes descritas, resulta invariablemente un evento menos placentero de lo que se esperaría, ya que al llegar, lo hacen agitados, desaliñados y siempre con percances o, en algunos casos más tristes, llegan al lugar menos esperado. Personalmente, puedo decir que conocí de cerca por lo menos a un estudiante de esta especie. Por otro lado, la historia (mucho menos popular) del estudiante que sacrifica la llegada, no parece tan “sacrificada”. Por el contrario, es por mucho la más placentera. Los sucesos previos a la llegada se distinguen por su diseño meticuloso y delicado, siempre repletos de detalle. Se está muy ocupado como para angustiarse por algo tan trivial como una llegada, siempre hay acontecimientos que vale la pena contemplar con detenimiento y una buena compañía que disfrutar. Para esta clase de estudiante, tomar un atajo implica el riesgo de perderse o de llegar a un callejón sin salida, además, acortar una actividad tan placentera es lo último que se desea.
Pues bien, seguro alguno preguntará ¿acaso esperas que celebre tanto desvelo, ayuno y presión psicológico-académica durante lo que serán al menos seis años? Es exactamente lo que espero. No se trata de que este tan “inhumano” ritmo de vida sea el más anhelado, pero si no encuentras lo que vale la pena detrás de todo esto, tanto como para provocarte el mínimo grado de satisfacción requerido para considerar tu vida académica como una feliz, haz un tiempo fuera. Es hora de que te preguntes si quieres pasar tu licenciatura entera entre exámenes, redactando solicitudes, llevando EGO´s, y haciendo curaciones (entre otras actividades), porque no hay más medicina que esta. Y no se necesita otra.
En resumidas cuentas, no cambiaría por nada los cafés hiperconcentrados, la comida recalentada o las tendencias narcolépticas. Es muy posible que nunca vuelva a vivir esto. Y sépase que no sufro de ningún trastorno psiquiátrico (al menos ninguno especificado), pero simplemente creo que estas experiencias forman parte importante de esta aventura, que vale la pena vivirlas paso a paso y que el propósito más sensato y satisfactorio nunca ha sido la llegada, sino la caminata.
Es viernes por la noche y te llaman tus amigos para informarte que algún ex compañero de preparatoria, quien evidentemente, y al igual que ellos, no estudia medicina, está “armando” la mera mojiganga, y que todos van. Cuando te preguntan si vas, desde el otro lado de la línea, no antes de haber fantaseado un poco con la idea y consciente de que cada vez que rechazas una invitación las probabilidades de que se te incluya en próximas fiestas o eventos de cualquier clase se reducen, respondes que tienes examen el lunes. Tus amigos se despiden un tanto decepcionados pero no tan sorprendidos. Después de colgar, te queda una sensación agridulce. No puedes creer que últimamente los más juerguistas en la casa sean tus padres. Además ¿por qué la vida es tan descarada? Tus amigos tienen la suficiente puntería como para organizar la farra justo el fin de semana previo a tus exámenes de fin de módulo, y encima de todo, te lo echan en cara. Más indignante aún, probablemente nada de lo que estudies durante las próximas cuarenta y ocho horas vendrá en el examen del lunes. Ya conoces a ese doctor; es de los que creen que sus habilidades de enseñanza son lo suficientemente milagrosas como para transformar, en menos de un mes, a un estudiante de medicina en un residente, así que cuando preguntas qué viene en el examen te contesta que “todo”, pero que no tienes de qué preocuparte puesto que tienes el fin de semana enterito para volverte neurocirujano. Tal parece que este médico cree que no existe ninguno otro dando clases a la redonda durante este semestre. Se cree único en el sentido más literal de la palabra. En fin, ya te habías mentalizado; este semestre no habría fines de semana. Te resignas con el pensamiento de que conforme transcurra la noche (o el semestre) se te pasarán las ganas de salir.
Creo sinceramente que cualquier carrera, en la medida en la que se le permita, se puede volver demandante, sin embargo, cualquier estudiante de medicina estará de acuerdo conmigo en que es particularmente improbable tener resultados satisfactorios en esta carrera sin haber tenido que “sacrificar” una que otra fiesta, hobbie, amigo, cena, desayuno, comida, noche de descanso…bueno, sin haber tenido que sacrificar algunas cosas. No obstante, toda esta historia del auto-sacrificio del estudiante de medicina se me hace un tanto melodramática. Después de todo, ser estudiante de medicina tiene varias ventajas, como la de ser el nieto (a) que los abuelos presumen primero, la de que te llamen doctor sin tener ni siquiera la licenciatura y la de que digas que no puedes lavar los platos porque tienes mucha “tarea”, y que te crean.
Me parece más bien que toda esta historia viene de la poca claridad en el propósito pero, ¿cómo es posible que todo este sacrificio se relacione con el propósito? Muy sencillo. Imagina que sales retrasado por la mañana rumbo a la universidad o al hospital. En este caso tu propósito es llegar, por lo tanto, está por demás decir que la cantidad de veces que tropieces, que choques contra alguna persona en la banqueta o la misma estética de tu caminata, será lo que menos te preocupe. De ser posible tomarás un atajo. En cambio, si estás caminando junto a la chica (o) que te gusta, lo más probable es que lo menos preocupante será llegar a alguna parte. Antes te preocuparás por mantener la compostura, avanzar lo más lento posible y dar cada paso con la mayor elegancia permitida. De ser posible, tomarás el camino más largo. En este caso tu propósito es caminar.
Así que sí, el propósito y el sacrificio se relacionan. En el primer caso sacrificas la caminata por la llegada, y en el segundo sacrificas la llegada por la caminata. El verdadero problema viene cuando crees querer una caminata y en realidad lo único que te interesa es llegar. Esto es falta de claridad en el propósito, y representa una severa complicación porque continuamente te encontrarás acorralado, obligado a seguir caminando cuando ya no quieres, y esto sí que es un sacrificio. Uno que seguro no soportarás por mucho. Es de esperarse, entonces, el que se realicen acciones desesperadas como caminar apresuradamente, a tumbos, o la de crear atajos inexistentes.
Quizá conozcas algún estudiante de medicina de esos que siempre tienen mucha prisa por llegar al fin de semana (o de semestre). Los tiene poco preocupados qué tan accidentados o antiestéticos sean los sucesos previos, y siempre que les es posible toman el primer “atajo” disponible. Cabe mencionar que, independientemente de que se esté preocupado o no por la llegada, ésta es sencillamente un suceso ineludible. Todos llegan, eventualmente, a alguna parte. Sin embargo, para aquellos de características como las antes descritas, resulta invariablemente un evento menos placentero de lo que se esperaría, ya que al llegar, lo hacen agitados, desaliñados y siempre con percances o, en algunos casos más tristes, llegan al lugar menos esperado. Personalmente, puedo decir que conocí de cerca por lo menos a un estudiante de esta especie. Por otro lado, la historia (mucho menos popular) del estudiante que sacrifica la llegada, no parece tan “sacrificada”. Por el contrario, es por mucho la más placentera. Los sucesos previos a la llegada se distinguen por su diseño meticuloso y delicado, siempre repletos de detalle. Se está muy ocupado como para angustiarse por algo tan trivial como una llegada, siempre hay acontecimientos que vale la pena contemplar con detenimiento y una buena compañía que disfrutar. Para esta clase de estudiante, tomar un atajo implica el riesgo de perderse o de llegar a un callejón sin salida, además, acortar una actividad tan placentera es lo último que se desea.
Pues bien, seguro alguno preguntará ¿acaso esperas que celebre tanto desvelo, ayuno y presión psicológico-académica durante lo que serán al menos seis años? Es exactamente lo que espero. No se trata de que este tan “inhumano” ritmo de vida sea el más anhelado, pero si no encuentras lo que vale la pena detrás de todo esto, tanto como para provocarte el mínimo grado de satisfacción requerido para considerar tu vida académica como una feliz, haz un tiempo fuera. Es hora de que te preguntes si quieres pasar tu licenciatura entera entre exámenes, redactando solicitudes, llevando EGO´s, y haciendo curaciones (entre otras actividades), porque no hay más medicina que esta. Y no se necesita otra.
En resumidas cuentas, no cambiaría por nada los cafés hiperconcentrados, la comida recalentada o las tendencias narcolépticas. Es muy posible que nunca vuelva a vivir esto. Y sépase que no sufro de ningún trastorno psiquiátrico (al menos ninguno especificado), pero simplemente creo que estas experiencias forman parte importante de esta aventura, que vale la pena vivirlas paso a paso y que el propósito más sensato y satisfactorio nunca ha sido la llegada, sino la caminata.